viernes, 11 de junio de 2010

I.- Primeros siglos.



Podríamos entresacar algunos rasgos que nos ayuden a la comprensión de los sentimientos y contenido de palabras que han formado, a lo largo de la historia, hermosas oraciones, súplicas, peticiones de tantos hombres y mujeres que han "balbuceado" éstas, para dirigirse a Dios por medio de su Hijo Jesucristo.


Una primera característica se refiere a los contenidos de las oraciones. Los apóstoles, las primeras comunidades cristianas y los "santos padres de la Iglesia", vivieron la primigenia experiencia con el Resucitado y desde allí, los himnos, salmos, oraciones y cánticos rebosan de palabras que demuestran la confesión en un Cristo muerto, pero Resucitado y glorificado por el Padre. Estos contenidos son claros y muestran la única verdad de Dios, vivida por el hombre.


Cierto que sus elementos pueden ser filosóficos - teológicos pero demuestran la experiencia de vida, desde la fe y el abandono en Cristo Jesús. Más aún, demuestran su dimensión amorosa: Cristo amante con corazón cercano, presente en la histroria de la humanidad.


Una segunda característica se refiere a las palabras: los títulos dados a Jesucristo no dejan de brotar de un lado y de otro: "Verbo invencible", "Soberano", "príncipe", "Verbo eternal", "luz inmortal", "Cristo, orígen y fin"...


Es un Dios lejano en su invocación, pero tan cercano en la experiencia vital del hombre. Un elemento común a todas las generaciones. Es la necesidad de usar "palabras" en las alabanzas que, a nuestros oídos parecen que distancian más y más a ese Dios trinitario del mismo hombre.


La experiencia de oración, de encuentro con Dios, de mística, no tiene patrón fijo y mucho menos cuando se tratan de palabras que van brotando de nuestro corazón.


Jesús nos dejó en "claro" un patrón: el PADRE NUESTRO. Con esa oración nos dirigimos al Padre, lo bendecimos, lo alabamos y le damos gracias y a la vez, pedimos fuerzas para ser "edificadores de los hermanos". Allí está el abandono total de nuestra persona en Dios, cosa que nos llevaría a una oración sencilla y frágil que poco a poco tiene que ser envuelta por el ser de Dios.


Una tercera característica es el gestor o protagonista de la oración que se dirige a Dios. Tres planos se cruzan, sin que prevalezca uno sobre el otro: La experfiencia individual y comunitaria toman color y "logran" identificar al hombre de hoy con lo que allí se dice, pero el totalizante es la aclamación de Dios y de la verdad tan infalible puesto que la verdad se afianza en Dios mismo.

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