viernes, 11 de junio de 2010

II.- EDAD MEDIA.


La edad media está conformada por varios siglos. En estos siglos hubo una explisión de riqueza espiritual que la muestra de pocas oraciones, hacen insuficientes las que se han recopilado a lo largo del tiempo.

Dos cosas importantes de la Edad Media: en primer lugar es la época de oro de los grandes místicos, hombres y mujeres de oración, que marcaron con sus escritos y con su vida, grandes pautas de la visión de Dios.

en sus oraciones, exponen verdades pero a la vez, se muestra un gran acento de lo "personal" que en ningún momento puede entenderse como "intimismo" o "quietismo". El "Dios lejano" se va dejando de lado y Dios mismo se entronca en la relación yo - tú de una forma más personal, más cercana, haciendo que el hombre se funde en el inmenso mar de la paz amorosa de Dios.

En segundo lugar, empieza un marcado acento a la Devoción del Sagrado Corazón de Jesús. Jesucristo es contemplado desde el misterio de su corazón. Muchos son los hombres y mujeres que se han fundido en la dimensión cardíaca cristológica. entre muchos podemos nombrar: San Bernardo de Claraval, Sta. Margarita de Cortona, San Buenaventura de Bagnoregio, Sta. Angela de Foligno, San Alberto Magno, Sta. Gertrudis, Sta. Matilde, Sta. Ludgarda. Hombres y mujeres se han visto envueltos en esa inefable paz, en el compromiso vital del amor, EN y POR el Corazón de Jesús.

Corazón, vida, latidos, sentimientos. Todo se conjuga y se acentúa en este tiempo. El "amante" de ese buen Jesús se ve bañado con esa sangre y con el agua que brotaron de su costado, pero a la vez, hay una identificación con la culpa humana que hizo que Jesús muriera en la cruz. Por tanto, lo que antes era un misterio externo visto desde la cruz, ahora va siendo comprendido como algo tan propio, que "soy partícipe d ela culpa pero también partícipe de una reparación".

REPARAR pasa a ser el método devocio - oracional que intenta sustituir las culpas por las buenas acciones y oraciones. Es pagar el daño, lo dañado, reconstruirlo y a Jesucristo se ofrecen vidas enteras para que el mundo pague ese amor no correspondido, esa violenta aversión al mismo Dios. Es por eso que muchos se vuelven oblatos, ofrendan su vida por hacer un mundo mejor y por reparar tantos males del mundo y de la Iglesia. Así veremos a santos y santas que en sus propios monasterios, piden intercambiar el corazón propio por el llagado de Cristo, no solo como plena identificación con Dios sino para sufrir en carne propia los mismos dolores que Jesucristo sufrió en la pasión y los dolores que sufre el ser infligido con tanto mal de la humanidad.

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